viernes, 7 de diciembre de 2012

La verdadera Navidad

José M. Balbuena
 Buena la ha armado el bendito Papa de Roma al decir que en el pesebre que acogió a María y José, cerca de Belén de Judá, porque había “overbooking” en los alojamientos de la ciudad, no había ningún buey y ni siquiera una mula o un burro. De todas formas, un pesebre parece un lugar poco digno para nacer todo un Mesías. Pero esa es otra historia.
Con tal declaración, Benedicto XVI ha cambiado todos los esquemas de las personas  que cada año montan el Belén, que ya nos habíamos acostumbrado a la estampa de esos animalitos que daban calor a los padres y a Jesús, una vez hubo nacido. Solamente los muy ortodoxos de las tradiciones cristianas tomarán en cuenta las palabras del Pontífice y eliminarán  a los susodichos rumiantes del escenario. Se supone que algún animal habría en ese alpendre ¿Pero qué pondrán a cambio? ¿Un camello?¿Una vaca? ¿Una cabra?.
Veremos si ese cambio se orientación se observa en los nacimientos que veamos en estos días de euforia navideña, o todo quedará como antes. Bien es cierto que la costumbre de revivir la historia de la venida al mundo de Jesús colocando unos buey  la mula,  y otros animales, surge en el siglo XIII, cuando a San Francisco de Asis se le ocurrió hacer uno, que ha servido de modelo para todo el mundo cristiano, o al menos al católico, más proclive a la utilización de imágenes en sus iglesias, ritos y ceremonias. Anteriormente no se describe qué clase de animales acompañaron a María en su parto. San Lucas no habla de animales en su evangelio.
Hoy en día, se está siguiendo una línea que no creo tampoco que sea muy ortodoxa, como es la de elaborar los belenes utilizando le vestimenta típica de determinados lugares (como por ejemplo la canaria, o la de países latinoamericanos o africanos). Si se recrea un hecho histórico ocurrido hace dos mil año, lo lógico es que se utilicen la vestimenta adecuada al momento.
Creo que la verdadera Navidad debe consistir en la aceptación del mensaje de Jesús, y en poner en práctica la caridad y los buenos deseos, pero no precisamente para esta época del año,  sino toda la vida. Parece que en estos tiempos, son  el consumismo, los excesos gastronómicos, las juergas y una ingestión etílica exagerada los que marcan las pautas de una celebración que cada vez está más paganizada.
Mucha imagen, felicidades para todos, demasiado derroche, mucho ruido y pocas nueces, pero cuando acabe todo esto, numerosas personas seguirán actuando como siempre.(aunque, afortunadamente, no todos)  Es decir,  olvidando que existen hermanos, seres humanos, (ni importa de qué raza) que sufren, que pasan hambre, que son humillados, que experimentan la crueldad de las guerras, de los malos tratos, de las persecuciones,  que carecen de la oportunidad de mejorar su salud y  sus condiciones de vida,  o que experimentan acosos laborales o sexuales, y  la dictadura de los insensibles, de los  perversos y de los ambiciosos. Olvidaremos que ese cristianismo que se nos ha predicado nos recomienda siempre que perdonemos (por muy grave que haya sido el daño o la ofensa); que no nos convirtamos en jueces de los demás; que no tengamos envidia de otros; que no murmuremos ni desprestigiemos a nadie; que pidamos perdón cuando nos equivocamos; que no deseemos mal a nadie...
Así que no sería malo que en esta época de crisis, de pobreza, de pérdida de valores actuemos con más moderación, con más austeridad, con la mirada puesta, más en nuestros hermanos, que en nuestros propios egoísmos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario