martes, 11 de junio de 2013

Historia y espacio, recurrentes en las letras canarias (entrevista de Eduardo García Rojas en Diario de Avisos)

Eduardo García Rojas, el mejor periodista cultural de Canarias, a propósito de mi última novela, Carnaval de Indianos, publicó este pasado domingo 9 una amplia entrevista, a dos páginas, en las centrales, del periódico Diario de Avisos, fundado en la capital palmera y que ahora se edita en Tenerife. (Extracto)

 -¿Por qué cree que la literatura que se escribe en Canarias ha prestado tan poca atención a La Lucha Canaria y los Carnavales?
-Quizá por un cierto complejo de inferioridad; tal vez nos parecen temas poco adecuados, poco “exportables.” Si hubiéramos tenido un Jorge Amado, el brasileño que tanto interés tenía por la cultura popular, ya se habría hecho.

 -Usted es de los escasos narradores de las islas que le presta ahora atención a la fiesta en su Carnaval de indianos, ¿qué posibilidades encontró en este tema a la hora de escribir la novela?
-Muchas. El pueblo en la calle, los amigos y los enemigos, los ricos y los pobres, los beatos y los ateos, todos juntos. Los Indianos son una manifestación caótica, vital, multitudinaria. Un carnaval sin presupuesto, sin carrozas ni galas de la reina. Solo botes de polvos de talco, una camisa vieja, un pantalón viejo, una parodia con mojitos, una catarsis, una pieza teatral en la que todos son protagonistas, nadie es espectador. En un momento de depresión colectiva, creí necesario enaltecer el Carpe Diem de los clásicos: vivamos la alegría, olvidémonos de tristezas y represiones. Y el reconocimiento a Cuba, de donde vinieron la décima y las canciones, los verseadores, el punto, lo que ahora llamamos la salsa.

 -Por algún lado leo que ha pretendido además rendir homenaje a La Palma.
-Sí, entran los ancestros, la memoria. Y esa ciudad ilustrada y masónica que es Santa Cruz de La Palma, cuyo pequeño pero significativo casco histórico merece ser Patrimonio de la Humanidad. Fue el tercer puerto del imperio español, tras Sevilla y Amberes, allí se hicieron los veleros más rápidos para llegar a Cuba en una quincena, en ella se publicaron más de 130 periódicos –satíricos, gremiales, católicos, anarquistas, literarios, “de intereses materiales”, masónicos– desde que llegó la imprenta hasta la guerra civil. Ciudad donde se mezclaron portugueses, mercaderes de Flandes, genoveses, irlandeses expulsados por las guerras de religión con Inglaterra… Los palmeros que volvían ricos  se paseaban por la Calle Real con sus esclavos y sus esclavas negras como si tal cosa. Isla con mucho arte de Flandes por los ingenios de azúcar. Además está ese lenguaje repleto de portuguesismos, cubanismos, venezolanismos. Cuando el palmero habla con ese acento tan peculiar es como si estuviera cantando un fado, me dijo un amigo.

-En este sentido, ¿cuánto hay de autobiográfico y sentimental en este libro?
-Hay mucho. Lo que pasa es que, como tantos, me fui de la isla a los 17 para estudiar en La Laguna y ya no volví sino en cortas estancias. Pero allí está mi memoria, la infancia, el olor de la tierra, el verde de los montes, las fiestas populares. Y las leyendas, típico exponente de la literatura del Romanticismo: el Alma de Tacande, Los dos dragos, La pared de Roberto, La luz del Time, El Salto de los Enamorados, etc. La Palma tuvo su Siglo de Oro en el XIX, y hoy es una isla  olvidada, insignificante. Agricultura subvencionada, poca innovación, poca querencia por el turismo. Con decirte que el zapatero de Los Llanos es alemán, y alemanas son las mejores tiendas, los restaurantes, los servicios recreativos, hasta los puestos de los mercadillos de los pueblos.

 -¿Y hasta qué punto ha sido determinante para su redacción los apuntes que elaboró su padre, Anastasio León Capote, durante su elaboración?
-Mi padre era un cronista excepcional, anotaba en un grueso libro los acontecimientos locales. Dejó un diario del volcán de San Juan, 1949, dejó un montón de efemérides. Nunca me reveló que fue tesorero de la UGT en Los Llanos de Aridane, tras la guerra civil debió pasar mucho miedo. Ese libro se lo regalé a mi amiga María Victoria Hernández, gran historiadora, enorme cronista de la isla, actual consejera de Cultura del Cabildo. Mi padre me obligó a leer El Quijote cuando yo tendría diez años, pero me hablaba siempre de las leyendas palmeras, de la historia de Canarias. A su manera era un autodidacta y un ilustrado en tiempos represivos.

 -Carnaval de indianos es una novela coral, ¿cuáles eran sus pretensiones cuando recurrió a esta diversidad de voces?
-Me pareció útil el modelo “Manhattan Transfer”, de John Dos Passos, tan imitado después incluso por Camilo José Cela cuando escribió “La colmena”. Admiro la gran novela norteamericana, de la Generación Perdida, que de Perdida no tiene nada. Quería reflejar la multiplicidad de personajes y de voces que hay en la calle, es un calidoscopio de la isla, de los miles de extranjeros que viven allí, de los jóvenes y los personajes históricos como ese cacique de Garafía que, en tiempos de represión, convivía con cuatro mujeres en la Casa Amarilla, o ese masón extremadamente celoso que se lleva sorpresas en carnaval.

 -Carnaval de indianos es también es una novela muy apegada a la realidad. Algunos de los personajes hablan de la crisis… ¿Hasta qué punto supone que nos está condicionando esta situación que estamos viviendo?
-Nos condiciona de una manera total. Por ejemplo: me pagaban las colaboraciones periodísticas, me fueron recortando la cantidad hasta que me la redujeron del todo.

 -¿Y cómo le afecta a Luis León Barreto como escritor?
-Por suerte, tengo ingresos al margen de la literatura. En estos momentos hago lo que me apetece aunque gane poco o ningún dinero. Rosario Valcárcel y yo somos felices los días que no salimos de casa y estamos diez horas delante del ordenador.

 -¿Escribirá algún día Luis León Barreto una novela sobre el Carnaval de los indianos que se celebra en los Carnavales de la capital grancanaria?
-Desde luego que no. Como dicen una y otra vez los personajes de mi novela, “los indianos son de aquí”. La Palma aporta fiestas muy originales como la Danza de los Enanos, los Indianos o la Fiesta del Diablo de Tijarafe, imitadas en otros lugares. No hay punto de comparación entre los Indianos palmeros y los grancanarios; los primeros tienen finura, puesta en escena, personalidad.

 -En algunas de sus historias ha recurrido a Tamarán, territorio mítico. Nuestra pregunta es ¿por qué esa obsesión entre muchos escritores canarios de ambientar sus historias en un universo fabulado?
-Tamarán fue un escenario de buena parte de mis obras, como arquetipo de la isla. Era una isla ideal, síntesis de las siete islas. Armas Marcelo también utilizaba un territorio mítico, igual que Fernando G. Delgado en “Tachero”. Ahora tenemos menos miedo a citar nuestras ciudades, nuestras geografías.

 -Usted es un escritor que ha tanteado varios géneros. ¿Qué opina de la novela de género?
-Creo que el problema esencial hoy en día –lo reconocen críticos tan serios como Jorge Rodríguez Padrón- es que hay una abundancia de literatura de la “ligereza”, literatura light, novela light, dicho en inglés sería el predominio del “entertainment” frente a la reflexión moral, al pensamiento. Novela thriller, que se escribe rápido para ser leída rápido, novela influenciada por el cine e incluso las series de la TV. Hay buenas obras de género: novela negra, novela histórica, novela de fantasía, literatura erótica como la de Rosario Valcárcel mucho antes de “50 sombras de Grey”. Puede estar bien la literatura de género, la he hecho, pero soy más partidario de la “novela total”, la que siguen haciendo Philip Roth, Coetzee, Paul Auster, Amos Oz, Murakami y un largo etcétera. No veo en Europa ni en América Latina gente de ese nivel. Para mí es esencial la voluntad de estilo. Como decía Umbral, “el escritor es el estilo.”

 -¿Y cuáles considera que pueden ser los elementos recurrentes en su obra?
-La historia es un elemento recurrente, igual que el espacio fragmentado de las islas. En griego antiguo archipiélago no quiere decir muchas islas juntas, sino muchos mares juntos. Me entristecen los pleitos insulares, tan viscerales, esos odios que frenan tantas cosas. La melancolía, esa magua, también es recurrente. Somos un pueblo frustrado. Si Pedro García Cabrera hubiera nacido en Huelva habría sido académico. Tenemos una cultura interesante, pero de circuito cerrado. Hay más interés por nosotros en Alemania que en la Península.

 -¿Cómo valoraría las escrituras canarias actuales con respecto a las de su generación?
-Es bueno que haya muchos escritores, abundan los talleres literarios, hay vocaciones juveniles y otras tardías.  Parece que ser escritor tiene prestigio. Hoy en día en la ciudad de Las Palmas puedes encontrarte tres presentaciones de libros el mismo día y a la misma hora. Pero debería haber tantos clubs de lectura como talleres literarios, hacen falta lectores porque somos un pueblo poco lector. La literatura no es una carrera de cien metros sino un maratón de 42 kilómetros. A veces veo prisa por el éxito, algunos de los nuevos escritores no deben tener tiempo para estudiar, es decir para leer, para formarse, para reescribir, quizá escriben muy rápido. Claro que hay gente que trabaja con rigor y con voluntad de estilo.

 -¿Y qué le pide como lector a una novela?
-Que no solo me entretenga sino que me dé un plus. Vázquez Figueroa, gran bestseller, extraordinario contador de historias, reconoce que él no hace literatura. A mí sí me parece necesario que una novela, además de contar cosas, sea literaria. Aunque venda poco. Ya se sabe que Kafka vendía poco, o Isaac de Vega, o tantos otros escritores excepcionales que consideramos escritores de culto. De “Las espiritistas” se hicieron treinta mil ejemplares y está traducida a cinco idiomas. De otros libros míos se han vendido apenas unos cientos, o solo unas docenas. Qué más da.

 -Durante su escritura ¿improvisa o tiene muy bien estructurada la historia en su cabeza?
-Le doy vueltas. Cada novela la escribo por lo menos dos veces. Tengo una idea previa, pero es obvio que luego te aparecen personajes, situaciones, tensiones.  “Carnaval de Indianos” me supuso dos años y medio, a fondo. Tengo un esquema, pero está claro que en esos días mágicos en que estás inspirado y todo fluye incorporas muchísimas cosas con las que no contabas.

 -Define Carnaval de indianos como novela crónica…
-Sí, en la calle están ese día amigos y personajes relevantes. Les hago un homenaje, cito sus nombres en medio de la muchedumbre. Personajes de ficción como la joven Moneyba Castro actúan de enlace entre las distintas historias, personajes reales y de ficción se dan la mano.

 -¿Qué queda de la generación de los 70 y cuál cree que es su aportación a las letras escritas en Canarias?
-La Generación del 70 hizo una literatura inaugural, hasta entonces no había narrativa estable. Y lo hizo reconociendo los precedentes: Gaceta de Arte, la literatura regional tipo “La lapa”, de Angel Guerra, la obra de los fetasianos, etcétera. Como decía Amadou Ndoye, los escritores de los 70 encontraron un territorio literario, establecieron una mirada desmitificadora, irónica, burlona, sobre la historia y el paisaje: la Santa Cruz de Alemany, los Riscos de Víctor Ramírez, la emigración a través de “Tristeza sobre un caballo blanco”, de Alfonso García Ramos, el “Bumerán”, de J.M. García Ramos. Algunos quieren matar ya a la Generación de los 70, pero les va a costar mucho igualar el éxito social que tuvimos.

 -Hace unas pocas semanas nos dejó Amadou Ndoye, gran estudioso de algunos escritores y autores de los setenta, ¿qué recuerdos tiene de él?
-Una enorme suerte haberlo tenido. Un personaje generoso, tolerante, dispuesto a apoyar. Una excepción entre tanta gente que no se quiere a sí misma, que se ningunea, que se desprecia. Continuó la mirada acogedora de un Gregorio Salvador Caja o un Sebastián de la Nuez en la universidad de La Laguna. ¡Qué herméticas son ahora nuestras dos universidades, qué gremiales son que no son capaces de mirar a la calle!

 -Una de sus obras más conocidas y populares es Las espiritistas de Telde, ¿le pesa que sea uno de sus títulos más reconocidos por encima de otros que podría considerar más representativos de su trabajo como escritor?
-Con ese libro ya toqué el cielo. Es muy difícil tener dos éxitos similares. Me siguen gustando los cuentos de “¡Mamá, yo quiero un piercing!”, “La casa de los picos”, “El velero Libertad”, etc. Como ejemplo, a Rafael Arozarena todo el mundo lo asocia con “Mararía”, esa novela oscureció su otra obra narrativa y sobre todo anuló su obra poética, y era un grandísimo poeta. Mi aspiración ahora es que “Carnaval de Indianos” quede como una novela significativa del carnaval y de la presencia de La Palma en la cultura regional.

 -¿Qué sucedió, finalmente, con la anunciada adaptación al cine de esta novela?
-Miguel Picazo, el de “La tía Tula” se interesó por hacer la película. Pero no fue entendida su propuesta por las autoridades culturales del momento, había incluso una productora de Madrid y todo eso fue estropeado en base a los protocolos y a la burocracia. Luego, el amigo tinerfeño David Baute ha manifestado su interés. Pero llegaron los recortes, ahora no hay dinero para hacer ese proyecto. Quizá algún día… Me gustaría verlo antes de morir, pero me voy poniendo viejo.

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