lunes, 14 de octubre de 2013

El síndrome del mar en la Trilogía Sucia de La Habana y en la literatura canaria

Nuestros abuelos fueron emigrantes: desde Telde o El Hierro, desde Teguise o Valverde buscaron el camino americano. El próximo 3 de marzo, Santa Cruz de La Palma se transformará en la Pequeña Habana. Es lo que tiene el día de los Indianos: hacemos ese homenaje a los ancestros, a los veleros que en apenas una quincena cubrían la ruta de los miles de emigrantes de esta orilla que allá fundieron su sangre con la sangre cubana. Para los insulares de Canarias a lo largo de la historia el mar muchas veces ha tenido el añadido de maldición, tuvimos que ser emigrantes forzosos cuando la Corona española nos impuso poblar los territorios que iban desde la península de Yucatán al actual San Antonio de Texas. Emigramos en épocas de cacicatos y hambrunas, y en busca de una vida mejor los balseros de Cuba se han lanzado al mar en frágiles estructuras de neumáticos viejos, del mismo modo que los subsaharianos han arriesgado su vida en frágiles cayucos para tocar nuestro suelo. Para canarios y cubanos el Atlántico y el Caribe han sido claustrofobia y solución, jaula y camino abierto. El síndrome del mar conlleva malditismo y esperanza a partes iguales.
El célebre libro de relatos Trilogía sucia de La Habana nos muestra una sociedad al borde del abismo en la cual cada uno ha de procurarse “resolver” el sustento diario en base al ingenio, la picaresca y –si es menester– la violencia. Semen, ron y santería son los escalones con los que el habanero se propone sobrevivir día tras día orillando el hambre y la sensación de que su sociedad está bloqueada. Juan Pedro Gutiérrez, 63 años, fue periodista y después de eso se ha dedicado a escribir sobre personajes desesperados, desolados, hombres y mujeres de Centro Habana, La Habana sórdida. Sus libros apenas circulan en Cuba pero fuera de la isla consigue ventas millonarias. “Podría irme a vivir a otro sitio, a otro país, pero no quiero. He de estar cerca de mis personajes. Porque el cubano es mal emigrante, extraña mucho su tierra, su sol, sus mujeres. El cubano es muy macho y la mujer cubana es muy hembra, todos jugamos con el lenguaje, con el baile, con el sexo. Yo en realidad soy un perro callejero que se divierte cada noche, y que se pasa la vida dando vueltas y divirtiéndose hasta que me toque morir”, añade. En los relatos de Juan Pedro, escritos siempre en primera persona, el mar Caribe aparece frecuentemente como negrura, amenaza, mar devorador pero también como mar gozador.
Igualmente en la literatura canaria se habla de soledad, indefensión y cierto fatalismo del hombre frente al mar. Tal vez por sus ancestros el canario es más melancólico, el cubano –por el mestizaje con las culturas de África– es más musical, más bebedor, más divertido. En la novela Fetasa, de Isaac de Vega, leemos: “El mar está quieto, negro y manso, amenazador y frío en su quietud, sin fin hacia el horizonte, agobiante con su masa enorme. “ En Crimen, de Agustín Espinosa, se dice: “Esta isla lejana, en la que ahora vivo, es la isla de las maldiciones. Bulle a mi alrededor un mar adverso, de un azul blanquecino, que se oscurece en un horizonte marchito, vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas. Hay bajo mis pasos una masa de tierra parda bajo puñales curvos de cactos, higueras mórbidas y aulagas doradas. Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras violeta de unas garzas. Yo, el hijastro de la isla, el aislado.” En La lapa, de Angel Guerra, se dice: “Más que una isla, es un enorme peñón, un bloque de granito, surgiendo, como una infernal aparición, del seno turbulento de las aguas en aquellos mares salvajes”
Literatura del mar, poesía del mar. Siempre el mar, del que no podremos prescindir porque está ahí, a la vuelta de todos los caminos, con su llamada al abrazo y a la superación de las rencillas de la tribu. El mar como tribulación pero también como gozo. En P. J. Gutiérrez una de las alegrías del habanero es sentarse en el Malecón y observar el mar al atardecer, y si es tragando ron y teniendo sexo con una mulata, tanto mejor, y si es consiguiendo unos dólares aunque sea ofreciendo sexo a turistas viejos o damas de setenta años mucho mejor. Porque hay que tomar ron, hay que fumar tabaco, hay que comprar comida de contrabando. Su prosa es irreverente, dura, torrencial: “No me interesa lo decorativo, ni lo hermoso, ni lo dulce, ni lo delicioso (…) El arte sólo sirve para algo si es irreverente, atormentado, indecente, violento, grosero, puede mostrar la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia.” Y también dice esto otro: “A veces lo que necesitas es muy poco: sexo, ron y una mujer que te hable algunas tonterías. Nada inteligente. Estoy agotado de gente inteligente y astuta.” De la cotidiana decepción de la pobreza se alza el escritor, sostenido por una esperanza necesaria: “Los guajiros son los que tienen la plata. Se hacen ricos con el hambre de la gente. Es una nueva era. De repente el dinero hace falta. Como siempre. El dinero lo aplasta todo. Treinta y cinco años construyendo el hombre nuevo. Ya se acabó. Ahora hay que cambiar a esto otro. Y rápido. No es bueno quedarse muy rezagados”.
El día del carnaval de los Indianos recordaremos el mar que surcaron nuestros abuelos hacia Santiago y La Habana, el mismo mar que los jóvenes de ahora han de surcar para irse a trabajar a Inglaterra o Alemania. A fin de cuentas, el mar es circular y siempre regresa.

1 comentario:

  1. Si, parece que el mar nos convoca a todos como si fuese la pila del bautismo a disfrutar de sus sonidos, de los secretos de su bosque.
    A sentir el miedo de su fondo tenebroso y de sus altos riscos.
    A salir de casa y a regresar a casa. A disfrutar de su poesía.

    blog-rosariovalcarcel.blogspot.com



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