miércoles, 29 de abril de 2015

Desgracias en el mar: el chapapote ruso y el misterio del Fausto


Hay cosas que se nos van de las manos por imprudencia, por imprevisión y hasta por ignorancia. Recordemos el caso del Prestige y las toneladas de suciedad que lanzó sobre las playas gallegas, portuguesas e incluso de Francia, en una de las mayores catástrofes ambientales que se recuerdan. El ministro responsable, señor Alvarez Cascos, se fue de cacería cuando urgía tomar determinaciones. Parece que no somos un país muy eficiente si en el puerto grancanario un pesquero ruso origina la misma secuencia de despropósitos, se incendia, ese fuego no llega a ser controlado, retrasos en la actuación y negligencias son evidentes y al final, después de varias disquisiciones, es alejado hacia alta mar por el riesgo que entraña en el puerto, donde se almacena una gran cantidad de combustible que podría ocasionar unas explosiones descomunales. El barco es alejado, primero en una dirección, luego en otra diferente y al final se hunde, con el riesgo manifiesto de ir expulsando su carga de fuel. Los protocolos de actuación se han revelado anticuados y tercermundistas aunque las previsiones de las autoridades eran de gran optimismo, no llegará a afectarnos, eso se dijo. Está suficientemente lejos y tanto los vientos como las corrientes ayudan para que la contaminación no toque en el archipiélago sino que camine hacia el Caribe. Pero al cabo de los días, ni los vientos ni las corrientes son capaces de mandar bien lejos la mancha de los vertidos, sino que –al contrario– el Atlántico comienza a devolver hacia las costas más próximas importantes volúmenes de hidrocarburos que los voluntarios se afanan en recolectar con medios insuficientes mientras denuncian las incompetencias de las autoridades que han puesto en riesgo una vez más los ecosistemas marinos.

¿Nos gobierna la fatalidad, eso que los antiguos llamaban “el destino” o nos gobierna la falta de conocimiento, la incompetencia? Tal vez las autoridades portuarias deberían gobernar de otra forma estas crisis, que sin duda pueden repetirse dado el gran volumen de barcos que acuden a nuestros puertos y que circundan nuestras aguas. Deberían hacerse más ejercicios de prevención, toda suerte de simulacros para que sepamos a qué atenernos. El puerto no tiene servicio de bomberos, como sucede en otros puertos similares. Pero ciertamente, en esto de las tragedias del mar hay casos que parecen cargados de una enorme dosis de desgracia y hasta llegan a la categoría de enigmas. Existe un gran historial en el mundo de naufragios y hasta de barcos fantasma, hay noticias que se repiten una y otra vez para desconsuelo de los familiares. Así podemos definir la desaparición del pesquero Fausto, perdido en el Atlántico en 1968 tras lo que debía haber sido una sencilla travesía desde la isla de El Hierro al puerto de Tazacorte, en La Palma. En aquella ocasión lo que sabemos es tan escaso, tan sorprendente y contradictorio que nos aporta una gran carga de misterio. Cuatro hombres dejaron su vida en un extraño suceso, que quizá nunca vaya a ser aclarado.

Luis Javier Velasco Quintana es grancanario y desde hace años investiga y divulga hechos y fenómenos anómalos. Socio fundador de la Nueva Asociación Canaria para la Edición (NACE), ha colaborado en Cuarto Milenio y otros programas televisivos y radiofónicos. El Fausto. Historia y misterio de una tragedia es el interesante libro que ha publicado recientemente, en sus 356 páginas recoge una recreación de aquellos lejanos acontecimientos de hace casi medio siglo años e intenta llegar al final de la historia, en la medida de lo posible. Porque este caso está envuelto en muchas zonas de sombra. De cualquier modo, entrevista a los familiares de los desaparecidos, rastrea documentación, investiga en lo que dijeron los medios de comunicación en Canarias y Venezuela, desvela información militar que estaba clasificada y, en definitiva, nos ofrece un testimonio vivo y exhaustivo de aquella tragedia que dejó penalidades económicas para las familias de los desaparecidos. Ya en octubre del año 2000 había participado en una mesa redonda sobre la desaparición del pesquero en el Club Prensa Canaria, y había publicado un trabajo en la revista Enigmas del hombre y del universo.

Casi cincuenta años después de la tragedia, todavía quedan muchas interrogantes en el aire. El libro de Velasco nos habla del gran dispositivo aeronaval que se empleó en aquella búsqueda infructuosa, la mayor operación de rescate de la historia de Canarias. El barco transportaba plantones de platanera y cajas de dinamita para atender a las nuevas plantaciones que agricultores palmeros estaban haciendo en El Hierro. Así, el libro rescata a los protagonistas de la historia, la primera desaparición, en la madrugada del sábado 20 al domingo 21 de julio de aquel lejano 1968, en una singladura que no debía exceder de las ocho horas de navegación. Partió desde Frontera, en una madrugada de niebla y nunca llegaron a su destino. Cuatro días después, a las 3 y media de la madrugada del 25 de julio fueron localizados por un mercante inglés, el Duquesa, bastante desviados, al oeste de la ruta que debían haber seguido. Les facilitaron comida y combustible y les indicaron el rumbo correcto. De este modo, el Fausto debía llegar a su destino a las pocas horas pero, a pesar del dispositivo de búsqueda que se montó, no se produjo la buena nueva.

No sería hasta muchas semanas después, el 9 de octubre, cuando el motopesquero fue por fin hallado por un mercante italiano, el Anna Di Maio, cuyos tripulantes encuentran solo un cadáver a bordo, sin rastro de los otros tres hombres. El hallazgo se produjo casi a medio camino entre La Palma y Venezuela. Las especulaciones fueron descomunales, y lo peor fue que el pesquero se hundió cuando iba siendo remolcado hacia Puerto Cabello, en Venezuela, tal vez influyó en el hundimiento la excesiva velocidad del mercante italiano. El único cadáver a bordo estaba aferrado al transmisor de radio, desnudo. Por desgracia no aparecieron los efectos personales de los cuatro hombres y –lo que es mucho más grave– alguien destruyó el testimonio que el último en morir había dejado para explicar las circunstancias de la tragedia. Tan solo se salvó la última hoja que escribió Julio García Pino para su viuda, unas pocas líneas escritas a lápiz en la que le da instrucciones y se despide con un terrible: “Adiós amor”. Casi 20 huérfanos quedaban desamparados.

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