miércoles, 2 de septiembre de 2015

Septiembre y los agujeros negros


Los chinos, que ya estaban convirtiéndose en los dueños de todo, de pronto ponen freno y marcha atrás, con lo cual las turbulencias de la primorosa ingeniería financiera llevan al borde del precipicio a las bolsas de todo el mundo mientras se multiplican las legiones de emigrantes huidos de territorios devastados, que intentan librarse de las cuchillas y las alambradas, nuevas fronteras de la vieja y deseada Europa, con sus pulcras ciudades donde podrían tener trabajo, estudios para sus hijos, derechos elementales. Estamos en un mes de retorno a la normalidad, el viejo líder Felipe González intenta poner algo de reflexión en la locura separatista y nos damos cuenta, una vez más, de que todo es frágil y todo está en venta pero ahora sin tener a mano un chino que quiera comprarnos un equipo de fútbol, un hotel, un museo, un monumento, una isla entera, en definitiva: el alma. Puestas así las cosas, desde el Gobierno nos inyectan el optimismo de haber dejado atrás la crisis, el paro y las dificultades, tras lo cual conviene poner buena cara al optimismo de las elecciones que ya casi tenemos ganadas. Pues el único modo de seguir adelante es darle el poder a los que ya lo tienen, lo contrario sería ponernos al nivel de Grecia. Y nada de gobiernos de concentración de los dos principales partidos, nada de alianzas vergonzantes: lo que hace falta aquí es otra mayoría absoluta.

Hay que informar enseguida a los inversores chinos que el negocio del momento no es otro que el de los campos de refugiados, este es un sector que recuerda otros campos, los de concentración de los nazis, y que sin duda posee enormes posibilidades de crecimiento en todos los países. Dados los conflictos que tenemos sobre el tablero, gracias a la parsimonia de los dirigentes que se lavan las manos como Herodes y gracias también a los buenos oficios del Califato islámico, los nuevos éxodos se ponen en marcha, dejando ganancias muy propicias en las mafias que mueven a los desesperados. Qué importa que mueran unos cuantos si se hunde el barco, si el camión frigorífico se queda abandonado en una cuneta, etcétera. De acuerdo con las posibilidades de los residentes habrá campos de tres, cuatro y cinco estrellas, algunos llegarán a contar con jacuzzis de mármol rosa, cocinas étnicas para no perder el sabor de los orígenes y habrá también cocineros especializados en las delicias de la nueva cocina. Los que reparten las estrellas Michelín se frotan las manos ante las ingentes posibilidades que se les brindan. Y los desgraciados que vienen de Oriente o de África dispondrán pantallas gigantes de TV para ver los partidos de la mejor liga del mundo vestidos con la camiseta de Messi o la de Cristiano Ronaldo.

Entretanto, las aulas ya dispuestas para recibir el nuevo curso, constatamos que aunque los precios del petróleo bajan hasta la extenuación hemos de seguir pagando el combustible al precio que les da la gana a los que tienen la sartén por el mango y además los piojos vuelven a las cabezas de los escolares, nuestros mares se llenan de peces tropicales atraídos por la calentura de las aguas tras el cambio climático, y con todo ello se animan las turbulencias del retorno a la normalidad que trae el bello y calmoso mes de septiembre tan soleado que hasta desaparece la panza de burro, el mes del regreso a los disfrutes habituales, la liga de las estrellas, los cursos en las mediocres universidades, el fracaso escolar, etcétera. Como decía un anuncio, qué suerte vivir aquí.

Los años electorales nos traen gozosas estadísticas, premoniciones de un nuevo Edén y confirmación de que tenemos un magnífico Moisés dispuesto a abrir las aguas del mar para que pase al otro lado el ejército de menesterosos que ha dejado la crisis, esos irredentos a los que no hay manera de convencer de que ya todo es distinto y volvemos a estar en el mejor de los mundos posibles. No hay solución más allá de las que nos prometen los mesías habituales, rabiosos ante la posibilidad de que pequeños mesías particulares surjan en el panorama dispuestos a sacar tajada del descontento y así arrastrar a unos insumisos a los que abre las puertas el populismo más rancio. Pero lo que hace falta es sensatez: una educación estable y consensuada como primordial asunto de Estado, una sanidad válida para todo el Estado, unas listas abiertas en las elecciones, una Justicia rápida y justa, una ley electoral que no premie a los nacionalismos, una financiación justa de los partidos, y la revisión o incluso el cierre del Senado.

Septiembre es también un mes en que comprobamos la buena salud de las corrupciones cotidianas y la buena marcha de las comisiones que se cobran a tutiplén para financiar partidos, engranajes de poder que para contento general duran décadas, políticos con muchos familiares a su cargo, televisiones autonómicas que evangelizan de maravilla, mesías locales que manejan las ruedas imprescindibles para que todo siga funcionando como debe ser. Dado que somos el país de los pícaros, sabemos aprovechar las oportunidades cuando estas se presentan, y está claro que de año en año se multiplican. Cómo no recordar aquel dicho atribuido a políticos venezolanos en aquella lejana época en que corría el dinero a mansalva en el país de Simón Bolívar: “No me des el mejor puesto que merece mi currículo sino que me pones donde pueda coger.”

Para que este otoño que inauguramos no acabe convirtiéndose en un agujero negro que nos introduzca en el limbo, tal como lo ve Stephen Hawking, hará falta mucho ejercicio, comer menos grasas, moderar la ingesta de alcohol y, sobre todo, andar bien dispuestos a creer todas las encuestas preelectorales que tanto gustan a unos y a otros. Pues los agujeros negros son tan densos y masivos que nos recuerdan a Artur Mas y a la vez son tan pequeñísimos que no los entiende ni la física cuántica. A lo mejor son una ventana hacia el reino de Alicia, el país de las maravillas, donde se está muy a gustito. Pues, dicen los sabios, en la superficie de un agujero negro se alcanza tal deformación del espacio y del tiempo que nada puede escapar de ella. Eso es lo que realmente ansiamos: que nos atrape un universo paralelo, en el que no haya sobresaltos de tipo alguno, todos felices y comiendo perdices ahora que llega la hora de afrontar otra vez lo cotidiano, la felicísima cuesta de septiembre.  

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