lunes, 29 de febrero de 2016

Gloria Esther Rodríguez y Francisco Pérez Sicilia, artistas

Un estudio de pintor suele ser un espacio agitado, donde bulle la creación. Cuando convive una pareja que trabaja el mismo territorio, el ambiente es más intenso. Un estudio de pintura suele relacionarse con la bohemia: pinceles, cuadros a medio hacer, ideas en el aire. Es el caso de Gloria Esther Rodríguez y Francisco Pérez Sicilia, ella se encuadra en la corriente del paisajismo, tan frecuente en su isla natal. Emigra a Venezuela muy joven e inicia en Caracas los estudios de dibujo y pintura, que luego perfecciona en la Escuela de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife bajo la dirección del profesor y acuarelista Antonio González Suárez, figura destacada del arte canario en los años 50 y 60. El poeta Francisco Viña dice que ha ido alejándose de su academicismo inicial para dar paso a una pintura intimista de marcados rasgos nostálgicos, ha ido fabricando su propia atmósfera personal. El pintor polaco Erik Cichosz señala que ella ha ido fabricando su estilo propio, fruto de ese gradual paso a paso en el tiempo, basándose en la sencillez, la armonía y el equilibrio. Su primera muestra fue en la Casa de la Cultura aridanense en 1982, con la Acpac, Agrupación de Pintores y artistas canarios, y en 1996 inauguró la sala de arte del Casino Aridane. Ha expuesto de modo frecuente en La Palma, Tenerife y Gran Canaria.

Sus bodegones muestran imaginación e intuición para captar lo inmediato; en ellos aparecen utensilios de cocina, en muchos casos ancestrales, con productos de la tierra: chayotas, aguacates, tunos, etc. También introduce elementos que forman parte del acervo cultural, tallas de barro, lecheras, flora o artesanía.  El crítico Joaquín Castro dijo en Diario de Avisos que busca la poesía en su pintura y parece encontrarla en los objetos que la identifican con su entorno, la naturaleza es buena maestra y siempre motivo de inspiración, de ahí esos juegos de colores, esos atardeceres rojizos que simulan lugares de Extremo Oriente, esas nubes a veces trágicas por los montes de Mazo y La Caldera. Sus flores destilan un halo poético envueltas entre brumas que indican sensibilidad y sentimiento. Rosario Valcárcel escribe que Gloria Esther, cuando iba de pequeña con su madre al Fayal, observaba los árboles, el paisaje envuelto en la niebla matutina, los caminos cubiertos de musgos, las ramas, los troncos que unas veces se retorcían y otras ascendían y ascendían hasta formar parte de las nubes. Y todo eso le sirvió de inspiración e igual que en el cuento de Tolkien se vio pintando una hoja, una simple hoja que más tarde le llevó a un árbol, a una flor, a un paisaje. Así el bosque fue su inspiración, su punto de partida pictórica y las flores sus personajes. Más tarde empezó a pintar al óleo casitas impregnadas del aire que brota de las agujas de los pinos, del zumbido del viento en los árboles. Pintó ese paraíso perdido que es la Naturaleza de la isla de La Palma.

Antonio Abdo, a propósito de su muestra Terruño en la sala O’Daly de la capital palmera, cuenta una visita a su estudio, en la calle Díaz Pimienta de Los Llanos de Aridane. Habló de los paisajes, bodegones, aperos, objetos captados en un instante fugaz. Una humilde calabaza, un grupo de frutas, una entrañable tetera, aljibes, huertas, almendros, una vieja casita (nunca una casona) conforman unos volúmenes, un juego de luces, sombras y color, unas formas que se dirigen más a la emoción que a la razón.  La génesis de su proyecto pictórico reside en la emoción y en el paisaje del norte de su isla entran sus almendros, delicados y sutiles, con esa evanescencia rosa de la efímera floración de enero. Está claro que el mundo de esta pintora es lo rural, los ancestros, la vivienda tradicional, los caseríos. Para la escritora Lucía Rosa González expresa su realidad yéndose hacia la abstracción y regresando una y otra vez para dar su color particular al instante; capta el instante, la flor cayéndose, dentro de las viejas jarras, el sin más de la rosa, sabe dibujar el secreto del arte. Para Elena Gómez Lorenzo destacan en su obra las flores y, entre ellas, la rosa; también el paisaje desde el mar hasta la cumbre, el pajero y la casa canaria de campo, bodegones, utilería de cocinas antiguas, asimismo los desnudos. Su evolución va desde un mundo natural a un mundo onírico, íntimo. Para Manuel Piñero ha bebido de las fuentes del impresionismo; sin embargo, consigue que su obra tenga carácter personal e inconfundible. También escribe cuentos para niños, y poesía, y con Francisco, su pareja, realizó una exposición conjunta titulada ¿Tú ves lo que yo veo? Actualmente ambos siguen compartiendo proyectos, aunando ilusiones.

Francisco Pérez Sicilia es ilustrador, caricaturista, restaurador de libros antiguos, es delicado y sutil en su trabajo, perfeccionista. Hace ahora composiciones de pequeño formato: paisajes rurales y urbanos, detalles con encanto. Es ejemplo de emigrante trotamundos, en la madurez ha regresado después de trabajar en Venezuela, Colombia, Perú, Australia, la India, Pakistán y países de Centroáfrica, misiones de la ONU. Se dedicó a labores de cartografía, búsqueda de agua potable, prospecciones petrolíferas. Se tituló Topógrafo de cartografía en la Universidad Central de Venezuela, la antes prestigiosa UCV de Caracas. Ser topógrafo es ser un explorador, marcar puntos de referencia, estudiar el suelo, trazar mapas. Los cartógrafos fijan las coordenadas geográficas, los puntos de referencia, en regiones de difícil acceso.

Lo peor de todo, explica, es que seguimos destrozando el planeta. “Explotamos demasiado los recursos, no nos damos cuenta de que los recursos se van agotando. Con la comida que se tira un día en la ciudad de Nueva York viviría una semana entera toda la población de Nicaragua. Estamos forzando la Naturaleza hasta límites inconcebibles en el consumo de alimentos, agua potable, etcétera.”

Volvió a las islas y obtuvo un trabajo de restauración bibliográfica en Lanzarote. Su labor consistía en recuperar documentos eclesiásticos, actas de nacimiento, bautismo y matrimonio que proporcionan valiosa información historiográfica. En las islas abundaba la endogamia, matrimonios dentro de la propia familia, primos hermanos, sobrinos con tíos. La Iglesia tenía que dar permiso para esos matrimonios pero a lo largo de los siglos esas circunstancias dieron origen a taras, enfermedades físicas y mentales, deficiencias genéticas, así como una elevada mortalidad infantil. Se daban muchos de esos matrimonios por interés, para conservar las herencias, para no disgregar las fincas. El mestizaje tanto a nivel genético como cultural, es lo mejor para la humanidad, añade. El país que más le ha impresionado es la India. Para nacer, Europa; para vivir Suramérica, para morir la India pues hay un trato amable con las personas mayores, tienen la virtud de desdramatizar la muerte, hasta los niños la viven con cierta alegría, puesto que creen en la reencarnación. Entonces la muerte no es una despedida sino que es la puerta abierta para volver a reencarnar. Eso dice; un buen conversador.

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