sábado, 26 de marzo de 2016

La novelística de León Barreto (Sobre "Las espiritistas de Telde")

Por Alberto Omar Walls

[Texto leído y comentado por su autor en el Forum Literario del día 18 de diciembre de 2015 realizado en el salón del Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Santa Cruz de Tenerife. El encuentro de ese día se dedicaba al tema genérico de la epopeya, tomando como base la novela de León Barreto]

Resaltaré ahora algunos puntos concretos de la novela, ya que luego se producirá el debate entre los asistentes. Lo hago tras releer su octava edición, récord que en Canarias es casi imposible concebir en un libro, salvo que nos retrotraigamos a la enciclopedia Natura y Cultura de Pedro Hernández, aparecida en 1977. Leí por primera vez la novela Las espiritistas de Telde en 1981 y ahora, a treinta y cinco años vista, este libro de Luis se me sigue significando como una de las creaciones más impactantes de nuestra literatura hecha en las islas.
Tantos años después, la lees y te sorprende comprobar que esta novela mantenga el interés hasta el final, por lo que no ha envejecido lo más mínimo. Y, a pesar de que hay quien diga que es muy densa, creo que le alivia su peso el peculiaridad tono de indagación o suspense que baña toda la narración, también se deberá a que manifiesta una gran creatividad en su estructura técnica. En este sentido, quisiera destacar ahora solo algunos elementos que se conjugan sabiamente:

- se dan varios planos de narración, que se recomponen en la mente del lector: aparentan ser voces diferentes que narran tanto el pasado como el presente.

-dado que los planos de narración se irán juntando en una sola narración en la conciencia del lector, será él/ella quien re-componga una auténtica opinión de los hechos.

La propia técnica narrativa obligará a adoptar una vista de pájaro al final de la lectura para así recomponer el puzle narrativo a partir de la memoria. Desde esta perspectiva se solicita un lector activo, participativo, como se le llamaba antes al lector macho frente al lector hembra (pasivo), por demás expresiones obsoletas que no tienen nada que ver con el sexo del lector pero si con su actitud. Pues una actitud escuchadora, analizadora, observadora, es la que el narrador pide a los lectores activos. Porque, al fin y al cabo, el narrador solicita de sus lectores que se comporten como un jurado juzgador de lo que ante sus ojos y oídos va a acontecer. Mucho se ha escrito sobre las voces del narrador, pero aquí quiero simplificar el papel del Narrador como un personaje que baraja múltiples opciones de lo que se va contando-exponiendo, por lo que jamás lo identificaría con el Autor, ese individuo con su DNI concreto y una vida urbana específica. Son dos seres distintos. Y el Narrador puede ser lo que se quiera, polimorfo o poliego…En este elemento esencial, como en otros de la novela, prefiero observar sus comportamientos como lo haría el formalismo estructural, aceptando la novela como un todo vital, cuajado de vida propia y que se explica por sí mismo. Aunque, como es lógico, hoy día no renuncio a otras informaciones y explicaciones que me pueden llegar desde fuera o desde dentro mismo del texto; el intratexto lo llama también Stalislawski refiriéndose al libreto teatral. Óscar Tacca dice que la sustancia de la gran novela no reside solo en los recursos técnicos, pero por otro lado afirma que no podrá subsistir o vivir dinámicamente sin ellos, y se sorprende de las múltiples relaciones entre narrador/autor, a favor de la magia interna del texto creado. Todorov habla de las figuras del relato, porque sus seres, los personajes, son unidades que informan, conforman y significan dentro del contexto aparentemente cerrado que es la novela. Por simplificar:

-      quien narra el pasado es barroco y poético, quien narra el presente se transforma en una voz testimoniadora, y en algunos aspectos, como es lógico, periodística.

Muchos elementos técnicos son esenciales, pero el punto de vista es vital. Ese ojo es el de un indagador, alguien que está a la búsqueda de la verdad de los hechos ocurridos, zigzagueando siempre entre el pasado y el presente, o entre los múltiples pasados y los presentes que se diluyen ante los ojos de Enrique, el reportero..., aunque en esa búsqueda acabe desdibujando los límites entre lo real y lo imaginado.

El lenguaje, de permanente y gran riqueza, recorre las 219 páginas de la narración, pero es una riqueza léxica vívida que muestra una fuerza urgente y vital que arrastra al lector en sus emociones, paralizando su intelecto, junto a sus propias ansias de conocer la última verdad de las cosas y los hechos; pero los supuestos hechos no serán ya solo el diseccionar el cuerpo de un crimen ritual, sino el indagar en el cuerpo enfermo de una sociedad en crisis. Tal fuerza asume el lenguaje que a veces se transforma y adopta la presencia de un personaje más entre los muchos habidos en la novela. No se puede obviar a este personaje subliminal, lo que la emparenta con las grandes novelas del diecinueve.

La capacidad de indagación del reportero va paralela a esa gran mirada lúcida, tras la que se transparenta (a veces) el autor, testigo de su tiempo y de Canarias, en el devenir de otros tiempos, a la hora de registrar la condición insular canaria y rastrear en la conformación de nuestra multicultural y multirracial condición. Mestiza condición, y en su contrario, que es el obsesivo afán por la pureza de sangre, el pedigree religioso y atávico de los protagonistas y un pueblo. Ahí, quizá, épica, epopeya, drama, tragedia y lírica se den las manos como resumen de la novela contemporánea. Todo hálito penoso y asfixiante es ese algo profundamente doloroso que subyace en muchos textos que se han hecho clásicos, como las tragedias de Lorca, y que también gravita sobre este libro tremendo. Porque jugando en esos tonos, descubrimos en la urdimbre de los antecedentes de Las espiritistas de Telde (1981), el recuerdo de la anterior novela de Luis León, titulada Memorial de A.D. (1978).

Se da un extraño y patético bascular entre las buenas intenciones y sus condiciones culturales donde se fragua la tremenda deformación de esos seres doloridos espiritual, emocional y mentalmente… y atrapados por la condición heredada. Por supuesto, socialmente marginados: ¡este aspecto radicaliza por completo sus condiciones de antihéroes, pues nadie querría parecerse a ellos por muy monstruosa, atrayente y generosa que fuera la experiencia!

Es una lectura que a nadie puede dejar indiferente o indemne. Lógicamente toda lectura obliga a una participación, la del libro de Luis nos adentra en los terribles oscurantismos individuales y colectivos de nuestro propio pasado canario. Por supuesto que está presente lo mágico y lo inexplicable que baña mucho de toda nuestra cultura popular: desde santiguados, rezos, curaciones, santería liviana, arreglos de relaciones y amoríos…, hasta la brujería más declarada y manipuladora, pues esta historia va mucho más allá de lo canario, y el triunvirato formado por Africa, el Caribe y Canarias, ese área stadis tan importante en otra época, porque hunde sus raíces en lo profundo de la condición humana.

Hagamos síntesis y recordemos los personajes. Has de reconstruirlo todo, estamos en las eras de las sagas y quiero una cosa con garra para varias entregas, le dice el director del periódico a Enrique el periodista, y se envía a indagar en los extraños hechos que rodearon a la familia descendiente de Pieter Van der Walle. Los nombres se suceden, y cada uno de ellos se significa como instrumento esencial en los acontecimientos: Ariadna, Jacinto, María del Pino, Cristina, Josefa y Francisca, don Cayo Aurelio, y por supuesto Juan Camacho. Supuestamente, ante la falta de salud del primogénito se sacrifica a la hermana. ¿Pero realmente es necesario?, preguntó Ariadna, imaginando su martirio. ¿Estará ahí la base común del machismo instruido por la madre canaria, que en un tiempo sacrificaba en lo cotidiano a la hembra en beneficio del hijo? Para finalizar, repasemos las significaciones desde las relaciones binarias de los personajes:

-Ariadna y Jacinto, cara y envés de un mismo mundo.-     

-Josefa y Francisca, un misma águila de dos cabezas monstruosas, pero también doloridas y flageladas.

-      María del Pino y Cristina, los ritos de iniciación de pubertad en lo recóndito y terrible.

-      Cayo y Josefa, lo imposible en la pareja, la madre que niega el amor al otro para entregárselo al primogénito, su auténtico y lacerado amor, en un intento subliminal de encubrir el complejo de Edipo. Aquí se marca el incesto como rasgo pertinente de la brujería e hechicería.

-      Juan Camacho, mala conjunción sincrética de un destino viajero universal, la del canario en su viaje de ida y vuelta siempre punta Oeste. Por tanto, un personaje en sí mismo binario.

 -      Enrique y Raquel, que de tanto indagar, viviendo en el presente, también solapan y se ocultan entre las sombras y los destinos. Sois islas dentro de islas le dice Enrique a Raquel cuando la siente ensimismada.

 -      Y están los otros múltiples personajes, una hermosísima pléyade de  seres fielmente diseñados, que acompañan la narración y toda la  indagación en los distintos planos del tiempo.

En fin, en esta novela andamos entre la ensoñación y el terror, una mezcla perfecta para pervivir en el tiempo. Es una de las novelas más importantes escritas en Canarias, lo que la ha convertido, sin duda alguna, en un clásico.

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