martes, 11 de abril de 2017

Alonso Quesada: el pesimismo insular

TIERRAS DE GRAN CANARIA

Tierras de Gran Canaria, sin colores,
¡secas!, en mi niñez tan luminosas.
¡Montes de fuego, donde ayer sentía
mi adolescencia el ansia de otros lares!...
Campos, eriales, soledad eterna;
-honda meditación de toda cosa-.
¡El sol dando de lleno en los peñascos
y el mar... como invitando a lo imposible!
¡Todos se han ido! Yo, desnudo y solo,
sobre una roca, frente al mar, aguardo
el mañana, ¡y el otro!...
                                   ¡Horas amadas
no nacidas aún! Ansias secretas
de esa perfecta orientación humana...

Tierra de amor, en lejanía -siempre
llena de luz para mis ojos crédulos,-
en estos campos sin color, mi alma
tiene el eco engañoso del Desierto...

En el azul están mis ideales
tan invisibles como las estrellas
en este atardecer... ¡Y sin embargo,
ahí brillando están eternamente!

Campos de Gran Canaria, sin colores,
¡secos!, en mi niñez tan luminosos...
¡Montes de fuego, donde ayer sentía
mi adolescencia el ansia de otros lares!...
Soledad, aislamiento, pesadumbre...
El corazón siempre en un punto misterioso
y el alma sobre el mar ¡blanca!... ¡El velero
que no pasa jamás del horizonte!...

ERICKA (1882-1902)

¿Quién será esta mujer de veinte años
que han enterrado en este oscuro nicho
y cuyo nombre no sabremos nunca,
de qué patria será y quién lo ha escrito?
En todo el cementerio, no hay más triste
lugar que este lugar tan conocido
para mis ojos, que porfiados buscan
la transparencia de este mármol frío.

Allá, en la lejanía, está el recuerdo...
Todos, al mencionarla, la habrán visto
dulce llegar, como esa brisa amada,
cuando se nubla el sol, llega a los nidos.

-El nicho está al entrar, junto a unas flores;
desde allí se ve el mar. El mejor nicho
que hallé fue para ella; las mejores
flores para ella fueron...-
                                 Esto ha dicho
el que la acompañó y tornó sin ella,
al darles cuenta de lo sucedido...

Y todos en las mentes se forjaron
el lejano lugar, bello y distinto...
¡Mas ninguno atinó con las prisiones
donde tiene la muerta el buen olvido!

-Ericka, puse sobre el mármol negro;
-ha de decir el hombre con quien vino-
fue en un pueblo lejano... ¡Tan lejano
que tiene el mayor mar como camino!...

NIEVE EN LA CUMBRE

Las cumbres áridas, las cumbres desoladas de la isla, han aparecido esta noche cubiertas de nieve. Cuando las nubes se han marchado al horizonte y la buena luna ha surgido sobre el mar, la nieve ha brillado tan graciosamente en las cimas como si estuviera contenta de haber venido a un lugar que no conocía...
Desde el puente, hemos visto la nieve. Es el caso inaudito, extraordinario, de todas las provincias ingenuas. El momento suave de las reboticas en que los ciudadanos más antiguos dicen: “Desde el año 50 no ha caído nieve. Yo no me acuerdo de haber visto nieve sino cuando era chiquillo. Me acuerdo de que mi padre me llevó al puente. ¡Qué frío hacía aquella noche!».
Y como en la ínsula nunca hay frío, todos nos acordamos siempre del día en que lo hubo.
Todos los ciudadanos de la rebotica marchan al puente a contemplar la nieve de la cumbre.
La noche, es azul, líricamente azul... Estas cumbres secas, ardorosas, tostadas de sol de enero a enero, han recibido esta noche un espléndido manto de nieve. Parece que respiran estos montes, más serenos, más pausados... Como si hubieran apagado una insaciable sed.
Los ciudadanos sencillos ven como la nieve brilla, y dicen unas palabras vulgares, pero amables. Esta limpidez, esta suavidad lejana, esta armonía blanca y purísima ha penetrado también en las almas de los ciudadanos.
Tan sencillos, sin abrigos, con sus cotidianas ropas, tiemblan de frío en el puente contemplando el panorama de la nieve en las cumbres.
Esta nieve tan pura y tan alba, es como una anhelada alegoría insular: una visión serena, lejana e inaccesible de las cosas.
(Ecos, 1916)

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