lunes, 19 de junio de 2017

Goytisolo y la convivencia con el mundo árabe

Hace poco murió un novelista español que vivió sus últimos años en Marrakech y que era un creador diferente a la media, un disconforme, un navegante en solitario, un disidente por derecho propio que había viajado por todas las izquierdas posibles, desde su adhesión incondicional a la revolución cubana a su visible desencanto tras el caso de Heberto Padilla, clásico ejemplo del modo en que la doctrina de Fidel Castro fue actuando como un dogma intransigente y sacralizado. En mis tiempos de lector ansioso me prestó J.J. Armas Marcelo un libro admirable publicado en México, Reivindicación del conde don Julián, que venía a constituir la mayor transgresión posible sobre el patriotismo español. Publicado lejos de España porque Franco estaba vivito y coleando, venía a justificar y reivindicar la invasión árabe de la Península Ibérica, a recordarnos la importancia que tuvo la aportación del árabe al español que hoy hablamos, así como nos refrescaba la memoria acerca de las muchas contribuciones que los árabes hicieron en aquella Edad Media en el territorio que luego sería España: los regadíos, la mejora de la agricultura, la ciencia, la medicina, la astronomía, incluso la generalización de la higiene mediante los baños públicos.
Juan Goytisolo era un escritor empeñado en revisar el papel del intelectual en la sociedad,  estaba en la línea de Sartre, de Blanco White, de Américo Castro. Un autor que atravesó el realismo social de los años 50 para acabar escribiendo de una manera anarquista, rompiendo la sintaxis, los signos de puntuación, mezclando poesía con narrativa y dejándonos una obra abierta, muy experimental. Goytisolo, en esa prosa rota y rabiosa, caminaba a sus anchas, ahí estaba su innata insubordinación, ahí radicaba su manera de vivir la literatura como expresión de una batalla existencial. Atrás quedaron sus Campos de Níjar, en los que hablaba de los desiertos almerienses como si fuera un libro de viajes, esa tierra pobre ajena a la lluvia donde se rodaron tantas películas del oeste, también hay que recordar sus Señas de identidad, aquella autobiografía tan especial. Y su Don Julián,  donde le daba vueltas a la construcción tradicional de la novela. Me alegré cuando hace no mucho tiempo la amiga Yolanda Soler me comentó que se establecía en Marrakech, como directora del Instituto Cervantes después de sus etapas al frente de la misma institución en Mánchester-Leeds y en Varsovia. Yolanda, una poeta canaria de origen cántabro, ha estado muy cerca del maestro Goytisolo, compartiendo su amistad y su cercanía. Yolanda, una poeta de la síntesis, autora de una obra breve pero luminosa.
Con el tiempo, Goytisolo quiso persistir y ahondar en sus propuestas, y por ello continuaría denunciando el hecho de que la cultura occidental le diera la espalda al mundo árabe, de que no hubiese comunicación entre ambos universos. También tuvo la osadía de declararse homosexual cuando no estaba de moda, y valoró sus tiempos de París, como asesor que fue para la literatura en español de la editorial Gallimard. Antibelicista cuando la guerra de los Balcanes (Cuaderno de Sarajevo), manifestó su admiración hacia aquella España de las tres culturas antes de la expulsión decretada por los Reyes Católicos.
En su día Rodríguez Zapatero propuso algo así como una quimera: el diálogo de civilizaciones. La idea fue expresada por el presidente del gobierno en la 59 Asamblea General de la ONU, el 21 de septiembre de 2004. Aquella sugerencia defendía una alianza entre Occidente y el mundo árabe y musulmán con el fin de combatir el terrorismo internacional por otro camino que no fuera el militar. Centrada en una alianza entre la civilización islámica y la cristiana occidental, la idea se contrapone a la teoría del choque de civilizaciones que formuló Huntington. La ONU registró la idea, y el programa tenía como puntos centrales la cooperación antiterrorista, la corrección de desigualdades económicas y el diálogo social y cultural. Pues bien, el desafío que ahora tiene la sociedad occidental es saber distinguir entre los practicantes de la religión musulmana, unos 1500 millones de personas, de la minoría radical dispuesta a dejarse cautivar por los cantos de sirena del llamado Estado Islámico, la siembra indiscriminada de la muerte en occidente. Las proyecciones de población señalan que los más de 2000 millones de cristianos de la actualidad serán superados por los musulmanes hacia el año 2070, sencillamente porque en el mundo occidental la natalidad es muy baja mientras que los musulmanes pueden tener varias esposas y manifiestan la tendencia de tener muchos hijos. Esto se desprende de un estudio norteamericano en el que se establece que dentro de 50 años ambas religiones contarán un porcentaje similar de fieles, pero a largo plazo los musulmanes tendrán un mayor crecimiento demográfico.
El reto es la yihad o guerra santa declarada no solo contra Europa sino también con acciones terroristas contra algunos países musulmanes como Irán, Marruecos o Afganistán. Pero en este conflicto no solo está en juego la vida en ciudades como Londres, París o Bruselas sino que los valores democráticos sobre los que se apoyan el modelo de vida y los sistemas políticos de occidente también entran en cuestión. Porque una vez más, como ya ocurrió en Niza, Berlín o Gran Bretaña, se ha evidenciado lo fácil que resulta cometer atentados con muy pocos medios, sin coordinación ni planificación previa. Cualquier lobo solitario podrá seguir las indicaciones de matar en acciones aisladas y sin la necesidad de una infraestructura orgánica o militar.

En cuestiones de seguridad habrían de colaborar todos los países europeos, pertenezcan o no al espacio Schengen o a la UE. Esto es difícil de articular después del Brexit y después de que llegara al poder Donald Trump.  Pero además de la cooperación en esta cuestión tan primordial, el bloque occidental debe tomar conciencia de la importancia de acabar con ese autodenominado califato. Es cierto que los bombardeos han debilitado a la organización, que ha perdido la mitad del área que controlaba, pero se requiere una actitud más enérgica. Hay que evitar que siga imponiendo la sharía en las ciudades que están bajo su dominio y continúe asesinando a las minorías étnicas y religiosas. Nuestra estabilidad se encuentra amenazadas por un enemigo fanatizado. Como ha dicho la señora Merkel, Europa tendrá que aprender a defenderse por sí misma.

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