martes, 10 de octubre de 2017

Paisaje en medio de la batalla



Necesitamos un control de armas, ya, necesitamos erradicar el odio. Esta frase que está en el corazón de muchos norteamericanos cobra su mayor dramatismo después de la matanza de Las Vegas, uno de tantos episodios violentos que saltan a las páginas de los periódicos cada año en Estados Unidos, primera potencia mundial donde cada año hay 30.000 fallecidos en tiroteos, y donde en cada ciudad, aunque sea pequeña, hay múltiples especialistas en heridas de balas. Qué fácil es apretar el gatillo, con qué facilidad circulan las armas y qué difícil lo tuvo Obama cuando intentó frenar el impulso. Pues allí, pese al desarrollo de la ciencia y de la tecnología, todavía sigue existiendo la mentalidad de los pioneros que conquistaron el lejano oeste: mis armas son mis sagradas herramientas. Cuántas complicidades desde dentro del propio sistema: la CIA, el FBI, la maldita Asociación del Rifle, los gobiernos. ¿Dónde están las manos limpias que alguna vez nos pudieran aclarar el asesinato de los hermanos Kennedy, de Martin Luther King, etcétera? No en vano EEUU es el país donde más se cumplen y a la vez más se violan los Derechos Humanos. Eterna paradoja.
Estamos en el centro de la batalla y por eso llega el aluvión informativo, un flujo de información que parece agravarse cada hora que pasa, siempre en espera de la declaración unilateral de independencia, que pudiera caer en cualquier instante. En el momento en que redactamos estas líneas el panorama no puede ser más confuso.
En una comparecencia ante el Parlamento, 1932, José Ortega y Gasset, ensayista y filósofo que a buen seguro no es conocido por los catalanes jóvenes dado que hace mucho que la Generalitat ha sustituido la educación por el adoctrinamiento nacionalista y la siembra del odio a España, describió Cataluña como "un problema que no puede ser resuelto, sólo se puede conllevar... Los demás españoles debemos conllevarnos con los catalanes y los catalanes deben conllevarse con los demás españoles". Conozco bien el territorio, tengo una hija allí, y, ciertamente, algunas motivaciones del descontento son reales. Así el déficit histórico de infraestructuras ha existido y todavía existe. Por ejemplo: para llegar a Barcelona y para moverte por toda Cataluña tienes que rascarte el bolsillo, pues la gran mayoría de las autopistas son de peaje. Desde antes de la muerte de Franco el lema de España nos roba ha sido frecuente en las pintadas callejeras.
Recordemos que José Ortega y Gasset habló en plena II República, antes de la Guerra Civil, cuando el secesionismo desafió la unidad. En 1934 declararon la República Catalana, abortada por la rápida intervención del Estado. Ahora, tantos años después, las cosas se han ido pudriendo porque los políticos no han hecho su trabajo. Con el mero negacionismo de Rajoy (mentalidad de Registrador de la Propiedad) no solo no ha habido avances sino que el único camino emprendido ha conducido al desastre. Y eso que podría y debería haber habido alguna aproximación. Recordemos que toda esta última rabieta se origina cuando Zapatero, el peor presidente de nuestra democracia, promete un nuevo Estatuto, y que respetaría lo que el Parlament opinase de él. El Parlament emitió preceptos que violaban la Constitución y años después Artur Mas reclama del Estado Español que aplique a Cataluña el mismo fuero económico que disfruta el País Vasco, a lo cual Rajoy se negó en redondo. Pero deberían haberse abierto vías de entendimiento, deberían haberse sustanciado avances. Han faltado políticos de talla, capaces de dejarse en la puerta sus prejuicios.
Según declaró en Onda Cero Alfonso Guerra, el que fuera vicepresidente del Gobierno con Felipe González, en Cataluña “llevan años desarrollando un movimiento prefascista”. Muestra de ello serían los “40 años con colegios catalanes controlados por ‘rufianes’ y una tele pública (TV3) asquerosamente sectaria, envenenada”. También comenta que la policía catalana ha tomado partido, tilda al jefe de los Mossos, Trapero, de “traidor de la democracia” y sostiene que “a lo mejor hay que disolver a la policía autonómica, pues, a juicio del ex vicepresidente el domingo 1 de octubre hubo “no solo un golpe de Estado, sino también un repugnante fraude electoral”. En este sentido descarta la posibilidad de una solución por la vía hablada: “¿Diálogo con los golpistas? No hombre, no. ¿Se imaginan que hubiéramos dialogado con Tejero?”. Partidario de la línea dura, opina que Rajoy no ha sabido tomar decisiones ante el desafío independentista, pero también cree que su partido debería retirar la petición de reprobación que anunció el PSOE a la vicepresidenta del Gobierno por las cargas policiales del 1-O.
El inmóvil presidente Rajoy se justificó diciendo que con el envío de guardias civiles y miembros de la Policía Nacional se trataba de hacer cumplir la ley: conseguir que los colegios no abrieran y que no se pudiera votar en un referéndum declarado ilegal por el Tribunal Constitucional. Para eso se desplegaron diez mil efectivos de los cuerpos policiales y el fiasco ha sido monumental: no solo no lograron hacer cumplir las leyes y cerrar los colegios sino que su actuación ha sido inútil para parar el referéndum y evitar las algaradas; las escenas de violencia han incrementado el victimismo y las caceroladas en los balcones. Unos y otros se han empecinado en mantener la cerrazón. No basta con la vía judicial y la vía policial, son poco eficientes.
El Gobierno de España ha hecho un ridículo solo comparable al disparate protagonizado por el Govern al permitir que los anticapitalistas coloquen en rebeldía y desobediencia de las leyes a la mitad de la población catalana. Si Puigdemont declarase la independencia unilateral debería ser detenido por sedición, con la aplicación del temido artículo 155 de la Constitución, es decir: la suspensión de la autonomía, una autonomía que les ha concedido  la mayor capacidad de autogobierno en la historia.

La solución pasará por la necesidad de hablar y de negociar, y quienes han de resolver este lío no pueden ni deben ser los mismos que han protagonizado esta lamentable farsa. Puigdemont es impresentable y Rajoy no ha sabido o no ha podido ser un estadista, no ha estado a la altura del desafío, no ha entendido nada de lo que ha pasado en aquella región desde que el PP recurrió ante el Constitucional el Estatut autorizado por Rodríguez Zapatero. No hay otra salida que la solución política, con reforma constitucional previa. Y tal vez elecciones generales y autonómicas, que traigan nuevos personajes en el escenario.

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