miércoles, 7 de febrero de 2018

La crisis de las humanidades, la sociedad posthumana


No es la educación una prioridad para nuestros gobernantes. Si Finlandia marca la pauta en cuanto a excelencia docente, nuestro país se queda bastante por debajo de la media. El célebre pacto educativo, que debería ser cuestión de Estado, sigue ausente de la agenda de los partidos. Y por ahí la supresión de la Filosofía, la devaluación de las antiguas Ciencias Sociales, la falta de comprensión lectora, la escasa motivación del alumnado. Será difícil ver a nuestros jóvenes con un libro en la mano en vez de un móvil, será difícil que su expresión verbal llegue más allá de las 200 palabras de los guasaps. Hay quienes opinan que la culpa no es de las nuevas tecnologías sino de la mala literatura que circula por ahí, pero el asunto debe ser más complejo. Jerónimo Saavedra, que fue ministro de Educación, a la pregunta de por qué la educación es la medida de todas las frustraciones de España, opina que “se ideologizaron temas que no debían ideologizarse. La educación en ciudadanía es un ejemplo, la Formación Profesional es otro, ideologizamos el debate en vez de copiar la FP de Alemania. Podríamos pactar para mejorar los errores.”
Los empresarios reclaman una reforma profunda de las universidades, que deberían no estar al capricho de sus profesores, gestores y empleados sino al servicio del contribuyente y de las familias que confían en ellas para edificar el futuro profesional de los alumnos. Una universidad más vinculada a la gente de a pie. Reclaman flexibilizar las políticas de contratación e investigadores, potenciar los incentivos para la transferencia de conocimiento y mejorar la internacionalización. Nuestras universidades son endogámicas, en su interior se desarrollan clanes en permanente discrepancia, no son hábiles en captar la inteligencia sino en fomentar la mediocridad y tras la crisis se han quedado con un profesorado envejecido. Hace poco se hicieron públicos los datos referidos a la ULPLGC y a la ULL, y –como casi todas las universidades del país– eran devastadores. Pero lo mismo sucede con la media de edad de los médicos, y con los bomberos, guardias civiles, policías nacionales y locales, etc. pues la crisis nos ha privado de la incorporación de gente joven. La caída de la natalidad hace que la población retroceda, la sociedad envejece a marchas forzadas, y a los profesionales que la sirven les sucede lo mismo. Entretanto, el paro juvenil es una tendencia lejos de ser corregida. Si nuestros jóvenes no pueden emanciparse hasta pasados los 30, y reciben unos salarios inadecuados por trabajos en precario ¿qué futuro tenemos?

La norteamericana Martha Nussbaum ha escrito un libro que en España se titula Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, y habla de que estamos perdiendo los ejercicios intelectuales. Las sociedades democráticas necesitan que sus ciudadanos sean capaces de pensar, de concebir soluciones y vías alternativas para las decisiones prácticas, respetarse a sí mismos y respetar a los demás, comprender la conducta ajena y ser capaz de ponerse en el caso de otras personas. Lo más perverso que tenemos es el pragmatismo, el individualismo y el considerar el dinero como lo único importante. Hemos excluido el pensamiento crítico. Es decir, el pensamiento.

Según la ensayista, la crisis de las humanidades es una tendencia universal. La preocupación de los dirigentes se concentra en el lucro, no se piensa en que haya buenos sistemas educativos y es por ello que las habilidades humanísticas han sido dejadas de lado a expensas de la competitividad, que genera insolidaridad. La crisis de las humanidades forma parte de la crisis de valores, del incremento del pragmatismo, esa insolidaridad que se extiende como una lepra borrando antiguos valores cívicos. Piensan los profesores que se está imponiendo una visión mercantilista de la enseñanza, con criterios economicistas. Se cree que hay una gran obstinación por parte ministerial para impulsar unas materias por encima de otras, y en ello juega papel notable el informe PISA. Pero también se estima que hay muchas formas de leer el informe: una es que los alumnos no tienen buenos resultados en ciertas materias porque no tienen herramientas o habilidades suficientes.
La pregunta para qué sirve la filosofía en la vida cotidiana encuentra la respuesta de para formar y hacer personas. La utilidad inmediata puede parecer ajena a la vida, pero convendría desarrollar las capacidades para argumentar y seguir pensando. Por ello, los profesores piensan que con la filosofía se puede ayudar a organizar mejor las ideas de cada persona. Por ejemplo, se puede ayudar a preguntas tan simples como si es imprescindible vivir en una sociedad, si sirve cualquier regla para ello, si el fin justifica los medios. La filosofía ayuda a pensar y a vivir. Está claro que el avance técnico ha traído pérdida del humanismo, inmersión en la idea de consumir y poseer. La industria cultural produce bienes de manera masiva, todo lo producido está orientado al ocio pasivo, es decir a la mera reproducción y la trivialidad. El individuo se ha convertido en un mero objeto de mercancía, al que solo le importa imitar y reproducir. La técnica conquista poder sobre la sociedad. Quienes tienen el poder son  los que delimitan los patrones de consumo, ya no existe el interés por servir sino el interés por ganar y competir.

Todo lo que llevamos dicho debe relacionarse con las predicciones de cambios sociales, tecnológicos y científicos que se esperan para próximas décadas. Monedas y ganancias virtuales, papás robots, coches conducidos por telepatía, órganos humanos impresos en 3D son algunos de los vaticinios que formulan los principales laboratorios de ideas en este comienzo de 2018. Para algunos nos hallamos ante la cuarta revolución industrial, para otros estamos en el inicio de la era posthumana, pues los desarrollos que se van a contemplar van a tener gran impacto de transformación en las personas, la sociedad, los negocios y la administración. Un futuro de ciencia ficción.

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